Un jefe que firma todo

Manuel es un centralizador empedernido, nada en su empresa se aprueba sin su visto bueno. Pobre del que se atreva a tomar una decisión sin que ésta tenga la venia de Manuel.

Considera que 20 años de experiencia son la credencial más pesada que tiene para regirse a este estilo. Al final del día queda agotado, se lleva un montón de documentos a su casa y su correo nunca tiene menos de 500 mensajes nuevos al día, y otros miles sin leer.

Cada año en su cumpleaños le regalan un bolígrafo nuevo, y les da buen uso, firmando furiosamente cientos de documentos. Pagos, permisos, descuentos de ventas, nuevos proyectos, etc.

Se siente desgastado, pero en ese desgaste encuentra su motivación de seguir avanzando, cree fielmente que ese esfuerzo es lo que hizo crecer la empresa y que ahora, con sus 500 empleados, la mantiene en la cima, bueno, casi en la cima… al menos dentro del top 20 entre sus competidores.

Firma experta

Se ha convertido en un experto en identificar errores de formato, de ortografía y otras desviaciones de fondo y forma que le alegran, al menos le dan emoción a los documentos que firma. Se indigna cuando ve un gasto de $3,000 al mes en material de escritorio. Pese a que hace poco firmó la autorización por la compra de una maquinaria valuada en $350,000. Los números ya se desordenan en su cabeza y las prioridades se van borrando. No importa, debe firmar esos documentos, todos, TODOS, deben estar firmados.

¿Firma digital? No, no es lo mismo. Firmando todo se entera que la asistente de una oficina nacional en el exterior faltó por estar resfriada, le preocupa estas ausencias “no planificadas”.

Ahora debe firmar la incorporación de un nuevo pasante, ¿pasantes? ¿quién los autorizó? ¿fue él? No lo recuerda, sabe que autorizó unas incorporaciones, pero no recuerda cuáles, ¿y por qué necesitamos pasantes? Se pregunta. Manda un correo electrónico indicando que a partir de hoy se prohíbe el ingreso de pasantes salvo previo informe autorizado por su persona.

Sí, buen mecanismo de control para evitar que esos pasantes entren y salgan como si nada.

Lo convocan a una reunión estratégica, esas reuniones son buenas para enterarse cosas y revisar cómo está el avance del plan estratégico, pero se llevará otro tanto de documentos para irlos firmando mientras está en la reunión. Se reúne sin estar, firma sin leer, ya dejó de estar estando, ahora solo está firmando.

Esclavizado, con la cabeza gacha firmando y firmando. Recuerda el día que tuvo que viajar por su aniversario de matrimonio, todos esos documentos sin firmar, ¿qué habrán hecho en su ausencia? Su regreso fue toparse con una montaña de “pendientes”.

La firma

Así pasó Manuel los últimos años hasta la fecha en que se narra esta breve historia sin un final más que el previsible, un hombre cuyo talento natural y en crecimiento se detuvo para ser reemplazado por una labor de firmar y firmar, no dirige su empresa, para que su empresa lo dirige a él. Todo su itinerario gira alrededor de esas autorizaciones. La innovación, la automatización y todas esas “ciones” quedaron en manos de los otros profesionales de la empresa. El problema es que están atados de manos porque cualquier paso debe ser “autorizado” por “LA FIRMA”.

Y así sigue pasando el tiempo, refugiado en ese confort de firmar y autorizar viviendo la ilusión de control total sobre su empresa, de marcar el ritmo, porque su empresa se mueve al ritmo de una sola persona, firma que te firma, nada más confortable, alguna vez sí logra levantar su cabeza para preguntar por qué la empresa no está innovando o por qué los costos se están disparando y las entregas no se hacen a tiempo, pero todo eso se esfuma cuando el comprobante contable le grita que siga firmando.

¡Buena caza!

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