Pertenecer al mundo organizacional no es un camino fácil, está lleno de sorpresas, es muy parecido a una montaña rusa con vueltas, cambios de velocidad, sorpresas y gritos. Muchas emociones.
Los beneficios son el desarrollo económico, generación de empleo y atender la necesidad de un grupo de clientes. Se corre ese riesgo a cambio de una remuneración, que llega por dar ese salto de fe que en muchos casos no resulta y en el que muchas veces se pierde recursos.
Al poner en la balanza los beneficios y su costo, ¿vale la pena aventurarse por este camino? La respuesta es personal. No podemos andar un camino que no está hecho para nosotros. Ni podemos rechazar andar aquel que sí.
No es un camino fácil, sin duda. Pero… ¿qué camino es fácil? Cualquier propósito que exija algo de nosotros ya tiene su grado de dificultad.
Nos inspiran las personas que apuntan a las estrellas (o a Marte en estos momentos), pero sin soltar esa ilusión, también exploremos nuestro interior para descubrir hacia dónde girar. Proyectamos luz en otras personas sin aceptar la que tenemos dentro.
Raciocinio, emoción, intuición y percepción se unen para descubrir ese camino y todo nuestro potencial. Quienes sientan esa sintonía perteneciendo al mundo organizacional, adelante. Quien no se encuentre en resonancia con aquello, que tome una decisión.
El mundo organizacional es muy demandante, especialmente si queremos estar al mejor nivel. Pertenecer a él es difícil, pero ningún camino es fácil, y es más duro dejar pasar la vida sin que la hayamos andado.
¿Vale la pena extinguirnos por andar nuestro camino? Yo diría que sí.
¡Buena caza!