¿Contra quién juega un emprendedor?

Emprendedor

¿Contra quién juega Andrés? Emprendedor de 38 años, industrial, montó una fábrica de alimentos hace 7 años, la hizo crecer poco a poco, con mucho esfuerzo y un mar de emociones.

Ahora, llegando al cierre del año, tiene un poco más de tiempo para reflexionar sobre su carrera profesional. No es que esté desmotivado, pero se detiene a pensar si está avanzando al ritmo que debería, si debería hacer más, después de todo, el tiempo sigue pasando y el reloj no perdona.

Él no cae en lo de compararse con la competencia de la industria alimenticia. Eso del benchmarking no le convence porque cree que las organizaciones son únicas y que para crear no deben estar persiguiendo la cola de los demás.

Así que no está comparando lo que logra su empresa contra lo que dicen que logran otras. No se estremece cuando otros hablan de ingresos o rentabilidad exorbitante.

Tampoco hace mucho caso a las listas de las “10 EMPRESAS MÁS…” porque ya fue un par de veces que le ofrecieron entrar a esos rankings a cambio de una módica cuota.

Hace seguimiento diario a los indicadores de su empresa y vela por el desempeño financiero de la misma. También lucha por crear bienestar entre su equipo, en su gente, que su organización sea un buen lugar. Pero nunca vio a su equipo como un “rival” como lo ven otros administradores, él ha creado una organización donde prima el respeto y nadie se ve como rival o “enemigo” del otro. Especialmente cuando hablamos de los “operativos” vs “administrativos” que hay en todas otras partes.

Siente que esta tranquilidad de alguna forma evita que sienta esa tensión a veces necesaria para superarse, para ser el mejor. ¿Pero el mejor ante quién? ¿Contra quién juega? No ve a la “competencia” como actores relevantes, ni se siente rodeado de enemigos en su propia empresa. Claro que piensa en sus clientes, en darles el mayor valor posible. Se esfuerza por darles lo mejor en cuanto a calidad y precio. Pero es difícil obtener una retroalimentación cuantitativa objetiva de parte de ellos, valora mucho la relación que tiene con ellos pero no puede ponerles un número.

Tampoco mide su éxito en función al dinero que recibe o que genera su organización. No cree que quien tenga o genere más sea necesariamente “mejor”. Porque conoce organizaciones “pequeñas” que son brillantes por su rendimiento y el bienestar de su clima pero que no generan tanto como titanes como Google, por ejemplo.

Andrés sabe de los sacrificios que tuvo que hacer y el esfuerzo detrás de todo lo que acontece. Pero no hay ceremonias ni trofeos, claro que abundan premios empresariales y tapas de revista, pero muchas han perdido credibilidad o legitimidad.

Quiere ser el mejor, pero a veces pierde la vara contra la que se puede comparar. Esto no es como ser el mejor alumno de su clase, o el que más arriba está en el ranking de tenis. No hay un ranking, no hay un número. No hay críticas de expertos como en una obra de teatro ni ovaciones de pie para contrarrestrar.

Cae en cuenta de que solo está contendiendo contra sí mismo, contra todo aquello que tiene dentro. Todo ese potencial cuya misión es aprovechar, no puede saber si es mucho o poco hasta que lo haya dado todo. De ser el mejor emprendedor que pueda, de no dejarse adormecer por el éxito ni de bajar los brazos en la lucha del día a día.

De no dejar de ser quien es y al mismo tiempo de descubrirse en la vida, en esta única oportunidad de saber quiénes somos. Hay mucha profundidad más allá del brillo dorado del premio que todos desean. Porque en ese premio estamos proyectando algo que ya tenemos dentro, pero cuyo reto, nada fácil, es descubrir y obtener.

Tal vez Andrés no tendrá su nombre grabado en letras doradas. Pero hallará paz y gloria al haber jugado el partido más importante y difícil de su vida. No sin riesgo de fallar y quedar a medio camino, o perdido en lo que parece ser un laberinto. Pero que vale el esfuerzo, literalmente, de jugarse la vida por ello.

¡Buena caza!

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