Cuento de un despido. Trabajas con Juan ya 12 años, compartieron muchos momentos, lo viste como un buen compañero, almorzaban juntos, no pudo terminar la universidad por muchos motivos que alguna vez ya te comentó, pero siempre viste que le puso el hombro a la empresa, siempre esforzándose por aportar con un granito de arena al crecimiento de la empresa. No fue un santo, alguna vez salió temprano de un curso y no regresó a la oficina, o dijo que estaba enfermo sin estarlo en realidad solo para tener un lunes libre. Pero a tus ojos no era una amenaza, era un buen colaborador. Hasta que un día lo ves salir con una caja que contiene sus cosas. ¿Qué pasó? Le preguntas ante lo obvio, y el silencio te da la respuesta.
Se dan un apretón de manos, deja la caja en tu escritorio y toma asiento junto a ti, lo sientes derretirse en su silla por la presión que ahora está sobre su cabeza, “¿y ahora qué hago?” Te pregunta sin esperar una respuesta. “¿Cómo le digo a mi esposa?” Y tú tratas de entender mejor, pides una explicación, y la respuesta es tan simple como: “recorte de personal, me agradecieron por mis servicios, me indicaron que me pagarán todo lo que corresponde por ley pero que hoy debo dejar la oficina”.
Te indigna la respuesta, te parece insólito que 12 años hayan terminado en una reunión de 15 minutos, sabes que la vida continúa luego del trabajo porque te encuentras con ex compañeros en la calle, pero nunca pensaste que sentirías el golpe tan cerca, ni de esa forma. ¿Lo sientes más porque es Juan? ¿O porque temes ser el siguiente? Tal vez sea porque no fuiste tan cercano con los otros compañeros y, en el caso de Juan, sabes que tiene una deuda con el banco para pagar el departamento en el que vive junto a sus dos hijos que están a punto de empezar el colegio y que ahorrar no se le dio tan fácil. Tal vez porque en silencio sopesas cuántas puertas se le cierran a Juan por no tener título universitario y el titánico desafío que será encontrar trabajo en este mercado laboral tan voraz.
Consuelas a Juan y le deseas todo lo mejor, esperas no perder el contacto, la idea de que quizás habrá una tarde de raqueta o un café te reconforta. Ignoras la lágrima que se le acaba de escapar, no sabrías cómo manejar un llanto suyo, aunque te avergüence reconocerlo. Te acongoja un poco recordar el aniversario de la empresa cuando Juan, al ser uno de los “antiguos” habló y compartió con todos los presentes lo agradecido que estaba de formar parte de la empresa, de haber podido hacer buenos amigos y cuando reiteró su compromiso por el crecimiento ya que le gustaría ver a la empresa en un lugar top, luchando entre los primeros puestos de su industria. Incluso recriminó a algunos compañeros (sin decir nombres) sobre su falta de compromiso y que reflexionen porque tener trabajo es algo que uno debe valorar.
Tratas de no seguir pensando en eso y te preguntas 10 veces en ¿por qué? ¿Acaso la empresa está tan mal que no podemos seguir manteniendo al personal? ¿O es que empezó un “proceso” para deshacerse de todos los antiguos, o quienes no tienen título?
Juan con la mirada perdida y triste solo te da una advertencia antes de irse: “no te sacrifiques por esta empresa, no vale la pena, así te pagan”, toma sus cosas y se despide con un abrazo.
Al día siguiente hablas con Claudia, le preguntas su opinión sobre Juan, y ella responde “en mi área estamos todos preocupados porque cualquiera puede ser el siguiente, tal vez haya que buscar opciones en caso de necesitarlo, mira a Juan, nunca pensó que se iría y pasó, nadie está seguro”. Te comenta también que hay rumores de que los administrativos o “jefes” como les dicen, planean reducir la planilla en un 15% porque la unidad no está dando la rentabilidad esperada.
Nadie se toma un momento en explicar la salida de Juan, y hasta dudas de si habrá sido por algo malo, ¿o habrá robado dinero o algo? No, Juan no haría eso, ¿verdad?…
Vuelves a tu escritorio, prendes tu computadora, tratas de racionalizar todo lo sucedido, ya con las emociones un poco menos ardientes, y te tratas de convencer de que no corres riesgo, de que tu MBA te asegura un lugar aquí, y que para no pasar por lo mismo no esperas “envejecer” en esta empresa, que tomarás la siguiente oportunidad que se presente para no ser el siguiente Juan. De hecho, antes de seguir tu trabajo revisas en tu celular los cargos vacantes en plataformas de búsqueda de empleo, y ves que hay mucha búsqueda de profesionales como tú, eso te tranquiliza, es cierto que te inquieta un poco que ahora se presentan hasta 45 postulantes para los cargos nuevos de la empresa, no sorprendería que un profesional recién egresado reemplace a Juan, si es que no se disuelve ese trabajo y se reparte en dos o tres personas de su equipo.
Lo de Juan no es un suceso aislado, en el transcurso del trimestre ya pasó 10 veces más, prefieres no pensar mucho en ello. Que finalmente todo continuará, la gente pasa, la empresa queda, dicen los de arriba. Y como también dicen, nadie es imprescindible, y piensas que estos pequeños temblores no ponen en riesgo tu estabilidad laboral. De todas formas, andas muy cansado como para pensar en eso porque algunos cargos se suprimieron y el trabajo se repartió entre los que quedaron.
La indiferencia es reemplazada por resentimiento, y te prometes no pasar por lo mismo, que no estarás mucho tiempo más en la empresa. Palabras como “ingratitud” e “injusticia” pasan por tu mente, y ya no estás a gusto en la empresa, todo se transformó. Ahora almuerzas solo, cuando el tiempo te lo permite, te quedas dos horas más y ya dejaste de ir al gimnasio luego de trabajar. Te está empezando a molestar esto, sabes que Juan la está pasando mal sin trabajo hasta ahora, pero la idea de salir de ahí te ronda la cabeza, ya no hay placer en lo que haces, solo cumples porque es el convenio entre tú y la empresa.
La bandera de compromiso fue reemplazada por la de “sálvese quién pueda”, la moral del equipo anda por los suelos y no hay nada que discutir, esta es la nueva realidad pese a los festejos mensuales de cumpleañeros, a los que la gente ya ni quiere ir. Escuchaste rumores que los nuevos no aprenden al ritmo esperado y que los que se quedaron no pueden con la carga laboral, sabes que los resultados están mal, y recriminas a los “ejecutivos”, ¿por qué no hacen nada por salvar la empresa salvo recortar personal y despedir a todos menos a ellos mismos?
Te queda grabado el mensaje que te compartió Juan en su último día en la empresa. ¿Para qué?
¡Buena caza!