Pocas veces hablamos de la partida de un líder, y no hablo solamente de dejar el cargo, sino de dar el salto a otras realidades más allá de esta vida.
Lastimosamente hay tan pocos líderes que tienen la oportunidad de desplegar sus alas, que cuando se va alguien que lo pudo hacer, deja detrás un vacío muy grande.
Deja detrás el legado plasmado en su organización y la inimaginable cantidad de personas cuya vida ha logrado impactar directa o indirectamente, a través de sus productos/servicios o de las fuentes de empleo que ha creado.
Algunas veces idealizamos a los líderes y cuando llega el momento de su partida no lo podemos creer, porque nos topamos con un momento tan humano, tan crudo, que es incompatible con nuestra concepción acerca de esa persona. Pero sucede, porque es el destino que todos comparten, y es tan igual, que ya no parece importar tanto el momento como tal, sino lo que dejamos detrás, las vivencias, la huella.
Encuentro este momento muy contradictorio, por un lado, encaramos un momento tan humano, pero por otro sentimos un vacío tan diferente cuando un líder parte. Se juntan aquello que todos los humanos comparten con aquello que los diferencia.
Viene, mientras escribo este post, la pregunta sobre cómo “medir” una vida. Los griegos creían que se medía por la pasión con la que se había vivido. Pero tal vez hay muchos más parámetros, tantos que no podemos concebir cómo “medir” una vida salvo que hayamos estado en el lugar de la persona que se va. Porque una cosa es ser un mero espectador y otra ser el protagonista.
¿Es acaso un recordatorio de que somos responsables de inyectar vida a nuestros días? ¿O será acaso que las partidas son duras no tanto por los que se van, sino por los que se quedan? El liderazgo puede ser muchas cosas (difícil, retador, etc, etc) pero nadie puede negar que aumenta el grado de intensidad en el que vivimos.
Difícil razonar en un torbellino de emociones, donde todo parece irracional y no encontramos sentido. A veces la muerte nos recuerda la intensidad de la vida y pone en conflicto todos nuestros preceptos acerca de lo que pensamos acerca de la vida y lo que es realmente.
Reconocer y agradecer el sacrificio de un líder es imperativo. Pero ante una partida no todo debe ser pena y tristeza. Claro que duele una separación de este tipo, pero celebremos la vida de quien parte. Porque logró lo que no muchos tienen el privilegio de lograr, que es vivir una vida extraordinaria. Recordemos con alegría los buenos y hasta los malos momentos. Porque todos forman parte de este misterio llamado vida, y honremos el legado con nuestros actos y con la intención de llegar a hacernos a nosotros mismos, de que cada vez más líderes se formen. De abrir nuestras alas y volar.
Y vuelvo al tema de la contradicción, porque encuentro en un líder esa mezcla de ser tan humano como cualquiera y al mismo tiempo de tener ese toque extraordinario. Que la partida de quienes se van nos empuje a encontrar aquello extraordinario en todos nosotros.
En esta vida el tiempo pasa tan rápido que si vamos a vivir vale la pena hacerlo intensamente, dejando una profunda huella y generando un impacto positivo en quienes nos rodean. Y por supuesto, sin dejar de disfrutar de este viaje.
No sabemos con certeza por qué estamos aquí, pero estamos. Así que vamos a vivirlo. Que sea un tributo a los líderes y al legado que dejan.
A tod@s ell@s, donde sea que se encuentren. Gracias.
Buena caza.