Mi bisabuelo tenía un sillón de madera con unos cojines que nunca llegué a conocer. De hecho, recién conocí el sillón cuando mi abuelo lo recibió. Mi primer recuerdo en ese sillón es cuando todos mis primos y yo nos quedamos a dormir en casa de los abuelos, creo que en ese entonces éramos 8, y nos repartimos por toda la habitación, yo recuerdo haber dormido ahí. Y desde ese momento estuvo presente en la esquina de la sala de todas las casas o departamentos donde vivieron mis abuelos. Con los respaldos para los brazos amplios, y la posibilidad de reclinarse, no sé si alguna vez imponente por su tamaño, pero sí imponente por todo lo que representaba. Obviamente eso no evitó que todos nos sentáramos para ver la tele o para echar una siesta. No siempre estuvo bien puesto, alguna vez era usado para almacenar la ropa limpia, pero siempre volvía a acomodarse.
Pasaron un par de décadas y recibí el sillón, está en el cuarto de mis hijos, dado que no estaba en las mejores condiciones fue refaccionado por Carmelo, un carpintero. Quedó como nuevo, repintado, barnizado, reparaciones y cojines nuevos. Crea la atmósfera de por sí, sentarse ahí es estar en otros tiempos sin dejar de estar en el ahora. No siento que genere una nostalgia embrutecedora, mas sí evoca un ligero aroma a lo imperecedero.
Si bien no llegaba en mala forma, Carmelo tuvo que hacer su esfuerzo en restaurar algunas partes que yo y mis primos fuimos dañando a lo largo de los años. Somos una familia numerosa, bastante unida, por lo cual, en las reuniones familiares los muebles son los primeros en pagar el precio de la juventud dando vueltas por la casa, de los niños y sus juegos cada vez más modernos. Pienso en ello cuando veo a mis hijos, si llegarán a jugar con la misma intensidad o si todo será reemplazado por lo digital, hasta que mis pensamientos son interrumpidos por un chirrido.
Giro y veo a uno de mis hijos con un autito de madera rayando el respaldo del sillón, claro que me molesto al principio, pero casi inmediatamente caí en cuenta de que ese sillón llegó a mí con cicatrices en la madera, huellas de quienes fuimos, experiencias e historias, y ahora mi hijo en toda su inocencia se suma a ese cuento que sigue en marcha, se escribe día a día, con las inevitables huellas que deja en las cosas y en nosotros mismos.
Siento que le devolví la vida cuando lo renové, pero en realidad fue algo estético porque la vida estaba justamente en esas huellas que dejaron los años, y que seguirán apareciendo. Parte de todo lo que tiene para contarnos sin pronunciar una sola palabra. No dejo de pensar cuánto de nosotros queda en las cosas y lugares que forman parte de nuestro camino. Y cuánto de ello queda grabado eternamente en nosotros mismos.
Buena caza, guerreras y guerreros.