Calidad. Cumplir las expectativas de nuestros clientes.
El eterno debate entre ofrecer productos/servicios cada vez mejores u ofrecérselos a un precio tan accesible que compense posibles fallas u omisiones.
Otra corriente dicta equipar los productos con la mayor cantidad de funcionalidades, imaginar todo lo que el cliente pudiera querer, ponerlo en el producto y cobrar por ello.
Ahora con la tecnología y la escalabilidad vemos cómo la conveniencia permite renunciar a la calidad, es decir, empresas como Uber, por ejemplo, ponen en sus políticas de uso que no se hacen responsables por la experiencia del usuario.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a pagar por calidad? ¿Y qué pasa cuando empresas ofrecen algo tan bueno, que generan una dependencia y luego nos obligan constantemente a renovar los productos o servicios comprometiéndonos de por vida?
Un “modelo” de negocio famoso es el de las impresoras, cuyo negocio era el de los cartuchos de tinta y eventualmente de un número finito de impresiones para la posterior renovación del equipo. Igual que los smartphones ahora con las actualizaciones de software.
¿La calidad es aquello que les gusta a los clientes, lo que necesitan, o lo que puedo ofrecerles con mi mejor esfuerzo?
Al escribir esto no puedo evitar notar la importancia de conocer tu cliente, finalmente aquella persona para la cual está destinada el producto/servicio, marcará nuestro norte en cuanto a la calidad.
Pero independientemente de ello, la calidad es el esfuerzo constante por entender, comprender y satisfacer aquello que nuestros clientes requieren. No hacer uso de prácticas dudosas para encadenarlos, sino de ofrecer valor genuino, a cambio de un precio justo.
Y, eventualmente, llegar a dar un paso más allá e innovar, entenderlos tan bien que seamos capaces de crear cosas nuevas que no sabían que les hacía falta. Pero en las que nuevamente encuentran valor.
Conocer nuestro segmento, tan importante. Porque cuando todo es para todos, nada es para nadie.
Te deseo lo mejor.
Buena caza guerreras y guerreros.