¿Qué tan malo es fallar? Es peor no intentar, sin duda. En el mundo de las organizaciones se castiga fuertemente los errores. Es entendible por supuesto, por el miedo detrás de cada posible falla.
Pero hacerlo ahoga la innovación, la voluntad de correr un riesgo en nombre del crecimiento. En un escenario ideal no es necesario arriesgarse, pero alrededor nuestro todo se mueve.
Las organizaciones que pretenden quedarse estáticas son víctimas de la entropía y terminar desapareciendo de su mercado.
Adaptación es la consigna, agilidad en la respuesta, pero esto requiere probar y fallar.
Un amigo arma equipos “élite” para la innovación, y luego en cascada lo van comunicando al resto de la organización. Que todo el proceso de innovación dependa de una sola persona también es un riesgo. Especialmente cuando tenemos la opción de promover una cultura de intentar, de valorar la intención, aunque a veces el resultado no sea el esperado.
Obviamente deben ser riesgos calculados, no imprudentes. Es improbable que un error sea lapidario, pero no es imposible, por eso una cultura de riesgos medidos, con beneficios razonables harán que la organización sea dinámica, le devolverán la vida y suficiente capacidad de reacción ante lo incierto del mercado y del mundo en general.
Es un cliché, pero debemos decirlo, avanzar tiene sus riesgos, pero quedarse quieto en un entorno cambiante es fatal.
Te deseo lo mejor.
Buena caza guerreras y guerreros.